Caleb sonrió por primera vez en meses. «Nunca me dijiste el nombre de tu bebé».
Dudé un instante y luego murmuré: «Hope».
Desde ese día, todo cambió poco a poco. Caleb me ayudó a encontrar un pequeño apartamento. Cuando nació Hope, él estaba allí, sosteniendo su manita como si fuera la suya. Nunca volvimos a mencionar a Ethan. No hacía falta.
A veces, todavía pienso en aquel juzgado, en el momento en que mi mundo se derrumbó. Pero desde entonces he aprendido algo: a veces los peores finales dan paso a los mejores comienzos.
Porque el hombre que dijo que mi vida había sido un error se marchó. Y el hombre que pensó que yo había arruinado su vida… acabó salvando la mía.
