La boda que nunca ocurrió
Durante tres años soporté humillaciones en silencio.
No por debilidad.
Por amor a mi hijo.
Mi nombre es Teresa Molina. Tengo 64 años y durante cuatro décadas trabajé como contadora. No heredé dinero, lo construí. Cada casa, cada ahorro, cada inversión la levanté con disciplina y sacrificio.
Cuando mi hijo Daniel me presentó a su prometida, Sofía, quise creer que era una buena mujer. Joven, elegante, con una sonrisa impecable. Pero desde el primer día, dejó claro que para ella yo era… poco.
—¿Así te vistes normalmente? —me preguntó una vez, mirándome de arriba abajo—. Qué sencillo todo.
Reí incómoda. Pensé que exageraba. Pensé que cambiaría.
No lo hizo.
😔 Tres años de desprecio
Sofía nunca levantó la voz. No lo necesitaba.
Su humillación era fina, calculada, constante.
—Ay, Teresa, ¿todavía usas efectivo?
—No te preocupes, yo me encargo de los lugares “bonitos”. Estos restaurantes no son lo tuyo.
—Daniel, amor, dile a tu mamá que no opine de decoración. Esto es una boda moderna.
