LA HUMILDE EMPLEADA DE LIMPIEZA LLEVA A SU PEQUEÑA HIJA AL TRABAJO PORQUE NO TENÍA OTRA OPCIÓN — PERO NADIE IMAGINÓ QUE EL GESTO DEL MILLONARIO DESPUÉS DE ESO DEJARÍA A TODOS EN SHOCK

Claudia limpiaba los cristales del pasillo principal mientras la escuchaba reírse al otro lado del ventanal. Leonardo estaba en su despacho, pero la puerta estaba entreabierta, como ya era costumbre desde que Renata empezó a frecuentar la casa. Se escuchaba música suave, una de esas listas de jazz instrumental que ponía en bajo volumen mientras trabajaba. Todo parecía estar bien hasta que sonó el timbre. No era común que alguien tocara la puerta principal.
Normalmente entraban por la reja lateral o avisaban antes. José fue a ver quién era y regresó con cara de esto no me gusta. Tocó en la cocina y llamó a Marta, que dejó lo que estaba haciendo, y fue a la entrada. Claudia miró de reojo desde donde estaba. José murmuró algo que no alcanzó a escuchar y Marta frunció el ceño.

Unos segundos después, la voz se escuchó fuerte y claro en el recibidor. Es que ahora no me van a dejar entrar. La mujer que entró era de esas que se hacen notar sin querer. Alta, delgada, de unos tre y tantos, con un peinado perfecto y ropa que olía a perfume caro desde 5 m antes.

Llevaba unas gafas oscuras que se quitó lentamente, como si estuviera actuando para alguien. caminó por la sala sin esperar permiso, como si la casa fuera suya, y en parte lo había sido. Era Julieta, la hermana menor de Daniela, la esposa fallecida de Leonardo. Claudia nunca la había visto, pero bastó una mirada para entender que esa mujer traía otra energía, fría, controladora, de esas que sonríen sin que los ojos acompañen. Leonardo bajó las escaleras sin prisa, pero con cara de molestia.

Ya desde arriba su voz sonó cortante. No me avisaste que vendrías, Julieta. Ella se acercó con los brazos abiertos como si no pasara nada. Ay, por favor, Leo, ¿desde cuándo necesito invitación para venir a ver cómo estás? Le dio un beso en la mejilla que él no correspondió del todo. Se notaba que no era bienvenida.

Claudia se alejó con discreción, pero no pudo evitar mirar de reojo mientras la tensión se instalaba en la sala como una nube densa. Julieta caminó por la casa como si estuviera inspeccionando. Comentó que todo estaba igual, que nada había cambiado. Luego, sin disimular, preguntó, “¿Y esa niña que anda por ahí? ¿Ahora también tienes guardería en casa?” Leonardo respondió con voz firme. “Es hija de Claudia y no es tu asunto.” Julieta levantó las cejas.