Claudia se quedó paralizada. Esperaba que dijera algo, que la mandara a callar, que preguntara por qué estaba ahí otra vez, pero no. Leonardo guardó el celular en el bolsillo y se acercó despacio, sin que Claudia entendiera qué estaba haciendo. Se agachó a la altura de la niña y le preguntó qué estaba cantando.
Renata lo miró, lo pensó un segundo y luego le dijo el nombre de una caricatura. Le preguntó si él también veía esa caricatura. Leonardo soltó una pequeña risa por la nariz. No, no la veía, dijo. Pero le gustó como cantaba. Claudia no sabía qué hacer. Era como ver a otra persona.
El mismo hombre que pasaba de largo sin saludar, que apenas y miraba a los demás. Ahora estaba agachado platicando con una niña de 4 años sobre canciones de caricaturas. Renata seguía hablando como si nada. Le explicó que una flor era mamá flor, otra era papá flor y que estaban cuidando a sus hijitos. Los pétalos. Leonardo asintió como si de verdad entendiera y entonces pasó. Se ríó. Una risa suave pero real. Y no fue una sola vez.
Renata dijo algo más, algo de que los pétalos eran traviesos y se escapaban del jardín y él soltó una carcajada bajita, pero clara. Claudia sintió un nudo en la garganta. No sabía si era alegría, sorpresa o miedo. Verlo reír así era como ver llover en pleno desierto. Se notaba que no lo hacía seguido.
Él se quedó un rato más con la niña, viendo cómo acomodaba las flores por colores. Le preguntó si le gustaba estar ahí. Renata dijo que sí, que era como un parque con techo y que ojalá vivieran ahí. Leonardo la miró serio por un momento, pero luego sonrió otra vez. Después de unos minutos, se levantó y le dijo a Claudia que podía dejar que la niña jugara ahí el tiempo que quisiera, que no había problema.
