Aquí les cuento una pequeña anécdota para mantenerlos al tanto: Margaret, una enfermera jubilada de 62 años, se mostró escéptica cuando su vecina le sugirió usar hojas de laurel para sus pies hinchados. Había probado cremas sin receta y baños de pies caros, pero nada funcionó. Una noche, desesperada por aliviar el dolor, probó un baño de hojas de laurel. Después de una semana, notó que sus tobillos estaban menos hinchados y que sus pies le dolían menos después de sus caminatas diarias. ¿Eran las hojas de laurel o solo el agua caliente? No estaba segura, pero insistió porque se sentía bien y no costaba ni un centavo. Ese es el segundo pequeño problema: la gente real lo prueba y nota la diferencia. Pero lo mejor está por venir.
