El día de mi boda, le dije a mi prometido que estaba embarazada. Lo tachó de trampa y se marchó. Sin nada, empecé a lavar coches para sobrevivir hasta que la llamada desesperada de un desconocido me llevó a tomar una decisión que cambió mi vida para siempre.

El día de mi boda, le dije a mi prometido que estaba embarazada. Lo tachó de trampa y se marchó. Sin nada, empecé a lavar coches para sobrevivir hasta que la llamada desesperada de un desconocido me llevó a tomar una decisión que cambió mi vida para siempre.
Una vez creí que el “para siempre” comenzaba con un vestido blanco y votos susurrados. Estaba equivocada. El mío empezó con el eco de unos pasos que se alejaban.

Debería haber sido el día más feliz de mi vida. El juzgado resplandecía con charlas y perfumes; la luz del sol entraba a raudales por los altos ventanales, iluminando el brillo del sencillo anillo de oro en mi mano temblorosa. Mi prometido, Ethan Walker, estaba a mi lado, nervioso pero radiante: el hombre en quien había confiado durante cinco largos años, el que me había prometido seguridad tras una vida de caos. Pensé que nada podría arruinar ese momento. Hasta que abrí la boca.

“Estoy embarazada”, susurré con voz temblorosa. “Vas a ser papá”.

Su sonrisa se congeló en el aire. Parpadeó una, dos veces. El color se le fue del rostro. “¿Estás… qué?”

Intenté bromear. “Embarazada. ¿Sorpresa?”

Pero su expresión se volvió tensa, fría, distante. —Eso no me sorprende, Emma. Eso es… —Hizo una pausa, apretando la mandíbula—. Eso es una trampa.

Sentí un vuelco en el estómago. —¿De qué estás hablando?

Se pasó una mano por el pelo, murmurando entre dientes—. Lo… lo has destruido todo. Me has arruinado la vida.