Compré una casa de playa; mi hijo dijo: “Llegaré con 30 personas”. Entonces yo…
Cuando finalmente pude comprar mi casa de playa —un sueño que guardé por más de 40 años— pensé que sería mi refugio de paz.
Un lugar para leer, ver el mar, tomar café al amanecer y descansar lejos del ruido de la ciudad.
Pero apenas recibí las llaves, mi hijo me llamó:
“Papá, llego en dos horas con 30 parientes de mi esposa.
Prepara la cena, arregla los cuartos.
Vamos a pasar un mes ahí.”
Ni un “¿puedo?”, ni un “¿te parece?”, ni un “¿estás libre?”
Solo órdenes.
Como si yo fuera el portero del lugar.
