LA HUMILDE EMPLEADA DE LIMPIEZA LLEVA A SU PEQUEÑA HIJA AL TRABAJO PORQUE NO TENÍA OTRA OPCIÓN — PERO NADIE IMAGINÓ QUE EL GESTO DEL MILLONARIO DESPUÉS DE ESO DEJARÍA A TODOS EN SHOCK

Renata dijo que al principio solo le llamó la atención que hablara tanto, que fuera tan suelta, pero que luego empezó a sentir algo que no entendía. una especie de calor, de movimiento dentro del pecho, una risa que salía sin que la buscara. Claudia bajó la mirada, no sabía si eso era bueno o malo.

Leonardo la miró a los ojos y le dijo que no era su intención abrir heridas. Solo quería que supiera que la entendía, que él también había perdido, que sabía lo que dolía. Claudia no aguantó más. Las lágrimas empezaron a caerle sin permiso.

Le contó su historia, cómo su esposo murió en el auto, cómo fue reconocer el cuerpo, cómo fue tener que explicarle a su hija, aunque ni siquiera tenía edad para entender cómo se sintió sola, desamparada, vacía, cómo dejó de vivir para solo sobrevivir. Leonardo no la interrumpió, solo la escuchaba con la cara seria, pero los ojos cargados. Cuando Claudia terminó de hablar, los dos se quedaron en silencio, largo, pesado.

Leonardo se levantó y caminó hacia la ventana. Dijo algo sin mirarla. No sabía cuánto necesitaba volver a escuchar una risa en esta casa. Claudia se limpió las lágrimas con la manga. Se sentía expuesta, como si hubiera dejado todo su dolor sobre la mesa, pero no se arrepentía. Algo se había liberado.

Renata entró corriendo al estudio en ese momento con una flor en la mano. Era una de las que había arrancado del jardín. Se la dio a Claudia con una sonrisa, como si supiera que algo no estaba bien. Claudia la abrazó fuerte sin decir nada. Leonardo las miró y por primera vez Claudia no sintió la distancia entre él y ellas.

Ese día no trabajó como de costumbre. Marta le dijo que se quedara sentada, que no se preocupara. José le llevó un café sin que se lo pidiera. Nadie preguntó nada, pero todos entendieron que algo había pasado. No era un día cualquiera. Ya de regreso en el camión, Claudia iba callada con Renata dormida sobre su brazo.

El movimiento del vehículo y el ruido de la ciudad la envolvían como un zumbido lejano. cerró los ojos un momento y pensó en todo lo que había dicho, en lo que había escuchado, en Leonardo, en esa tristeza que él también cargaba y que ahora parecía que los unía sin querer. Cuando llegaron a casa, Renata se acostó sin cenar.

Claudia la ropó, le besó la frente y se quedó un rato viéndola dormir. Luego se sentó en la sala a oscuras. Pensó en su esposo, en su vida antes del accidente, en los sueños que se habían roto, pero también pensó en la posibilidad de volver a empezar, no con ilusión ni romanticismo, solo con la idea de que tal vez no todo estaba perdido.

Y así, mientras la ciudad seguía su rutina afuera, en una casita pequeña al sur de la ciudad, una mujer cansada, con el alma hecha a pedazos, se permitió cerrar los ojos con algo más que dolor en el pecho. Era viernes, uno de esos días tranquilos en la casa, con el cielo despejado y un aire fresco que se colaba por las ventanas abiertas, Renata jugaba en el jardín con una pelota de tela que José le había regalado.