LA HUMILDE EMPLEADA DE LIMPIEZA LLEVA A SU PEQUEÑA HIJA AL TRABAJO PORQUE NO TENÍA OTRA OPCIÓN — PERO NADIE IMAGINÓ QUE EL GESTO DEL MILLONARIO DESPUÉS DE ESO DEJARÍA A TODOS EN SHOCK

Claudia sintió que el estómago se le cerraba, respiró hondo, dio un paso adelante y le explicó que no tenía con quién dejarla, que solo sería por unas horas, que prometía que no causaría problemas. Leonardo no dijo nada, se agachó un poco apoyado en las rodillas y miró el dibujo de Renata. Era una casa enorme con una niña parada en el jardín y un sol grande en la esquina.

Renata lo vio y le dijo sin miedo, “Esta es tu casa, señor, y esa soy yo jugando.” Leonardo parpadeó, no dijo nada por unos segundos, luego se incorporó, se acomodó la camisa y, para sorpresa de Claudia sonrió. Una sonrisa leve, como si algo se hubiera desbloqueado adentro de él.

“Está bien”, dijo sin más y salió de la cocina. Claudia no supo qué pensar. Nunca lo había visto así. El señor Leonardo no era grosero, pero tampoco era cálido. Era un hombre serio, con mirada dura, que casi nunca hablaba más de lo necesario. Pero esa sonrisa fue algo que no esperaba. Siguió limpiando con el corazón agitado y miraba a Renata de reojo.

La niña seguía dibujando, tranquila, como si nada. A las 9 en punto bajó de nuevo. Claudia pensó que ahora sí vendría el regaño, pero no. Leonardo se sentó en la mesa del comedor y pidió que le sirvieran café. Luego desde la silla le preguntó a Renata cómo se llamaba.

Ella le respondió con toda la naturalidad del mundo, como si fueran amigos. Él le preguntó qué le gustaba hacer y ella respondió que dibujar, correr y comer pan dulce. Leonardo se rió. Una risa baja, pero real. Claudia sintió que algo raro estaba pasando y no sabía si debía preocuparse o no. El resto de la mañana fue diferente. Leonardo se quedó más tiempo en la casa.