salió al jardín a hacer unas llamadas, pero antes de salir le preguntó a Claudia si Renata podía jugar ahí un rato. Ella no sabía qué contestar, solo dijo que sí, si no era molestia, y él respondió que no, que le gustaba verla ahí. Claudia se quedó mirándolo sin saber cómo reaccionar. Mientras barría la entrada, vio a su hija corriendo entre los arbustos, riéndose sola, y a Leonardo sentado en una banca, mirando sin decir nada.
El hombre que había perdido a su esposa tres años atrás y que desde entonces vivía como sombra, ese día parecía estar volviendo a la vida. Claudia no entendía qué estaba pasando, pero por primera vez en mucho tiempo sintió que tal vez las cosas podrían cambiar y todo había empezado como un día cualquiera. Renata estaba sentada en el jardín con las piernas cruzadas, arrancando florecitas del pasto y haciendo montoncitos por color.
Llevaba puesta una blusita blanca con manchitas de jugo de naranja que no salieron en el lavado y una cola de caballo que ya se le había deshecho. Mientras jugaba, hablaba sola, como hacen los niños, inventando historias de que una flor era una princesa y otra era un dragón.
Claudia la miraba desde la puerta de la cocina limpiándose las manos con un trapo viejo. Le preocupaba que hiciera ruido o que ensuciara algo. No quería dar motivos para que le dijeran que no podía traerla más. Leonardo estaba dentro de su despacho, como siempre. Se escuchaban algunos ruidos de papeles y una llamada en altavoz.
Claudia no entendía de qué hablaba, pero su voz era firme, de esas que imponen, aunque no estés viéndolo. Cuando Renata empezó a cantar bajito mientras acomodaba sus flores en una fila, Claudia quiso correr a decirle que se callara, pero antes de que pudiera moverse, Leonardo salió. Iba con su celular en la mano y una expresión cansada. se detuvo de golpe al ver a la niña cantando.
