Corrí a mi casa.
Mi hijo aún no había llegado del trabajo, y mis nietos jugaban sin saber nada.
Me encerré en mi habitación y marqué el número de mi nuera.
No respondió.
Volví a llamar.
No respondió.
Entonces mi teléfono vibró.
Un mensaje.
De un número desconocido.
Decía:
“Ella está bien por ahora. Pero ustedes no deben involucrarse.
Olviden lo que encontraron.”
Me quedé sin aire.
En ese momento entendí por qué el dueño de la tintorería me había dicho que me fuera con los niños.
