Tomé el abrigo de mi nuera en la tintorería. El dueño me dijo: “Lleve a sus nietos y huya”

Pero antes de hacer nada, mi hijo llegó a casa, vio mi expresión y me preguntó qué ocurría.
Le mostré la nota.
Le conté todo.

Él se derrumbó en el sofá, llevó las manos al rostro y dijo algo que me partió el alma:

“Mamá… yo sabía que algo escondía.
Pero nunca imaginé que fuera tan grave.”

Me contó que, desde hacía meses, ella salía a escondidas, recibía llamadas que no respondía delante de nadie, y que había cambiado la cerradura de un pequeño estudio que tenía fuera de casa.

Las llaves de la bolsa…
¿serían para ese estudio?

Mi hijo decidió que necesitábamos saber la verdad.
Pero también sabía que no podíamos arriesgarnos.